Nada Personal
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Crónica de un violento ataque
Por Kenia Guzmán Pérez
La autora. |
Alrededor de las 9 de la noche
de ayer martes, cuando muchos ya nos disponíamos a dormir, se escucharon varios
balazos que, por la cercanía, lastimaron los oídos. Pasaron unos cuantos
minutos y se oyeron más disparos. “¡Tras!, ¡tras!, ¡tras!, ¡tras!”, retumbaron
agudos entre las oscuras callecitas y
andadores empinados de las partes altas de La Providencia, colonia que pega con
los límites de un cerro del Parque El Veladero.
La gente se metió rápido a sus
casas. Pasaron unos minutos de silencio.
“Fue aquí cerquita mami”, me dijo mi hijo que platicaba con otro niño. Nos
asomamos al balcón y también unos vecinos comenzaron a salir sigilosos y con
señas preguntaban ¿qué pasó?, ¿dónde fue? “Pa´rriba”, respondió uno.
Y así fue. Comenzaron a subir
las patrullas de la Preventiva, luego las camionetas de la Policía Federal y
por último los militares, maniobrando y resbalando por las calles, donde sólo
entran pequeños autos. La oscuridad se alumbró de relampagueantes sirenas y
luces fosforescentes. Nunca antes había
pasado un hecho así en mi colonia.
Hace como 6 años ocurrió algo
similar cuando atentaron contra la vida de un comandante de la Judicial que
vivía por este rumbo, pero al cual no lograron matar. El policía, quien tenía
fama de “bravo”, repelió la agresión de inmediato y también, dicen, les dio.
Los sicarios esa vez subieron y bajaron por mi calle como alma que lleva el
diablo a bordo de un taxi azul.
Pero esta vez, entraron y
bajaron por otras calles, que no se vio quienes fueron. Cerca de la humilde
vivienda, se atiborró de policías y gendarmes que detenían a los medio
sospechosos y hasta revisaron niños y adolescentes. “¡Já! Compas, dijo un
vecino, esos batos ya van lejos y ni son
de aquí. Le hacen a la mamada los polis”. Los que vivimos hasta la entrada no
supimos quienes fueron las víctimas. Nos dormimos con la duda. A la media hora
ya no había nada. Nada más bajaron ambulancias con un herido y más patrullas.
Por la mañana del 16, la
noticia ya era conocida. Habían matado al “Angie”, un joven homosexual, su
abuelita y a otro joven. Y hasta al perro de la casa mataron. Porque cuentan
que los sicarios les dispararon desde el techo, abriendo las láminas
galvanizadas. Al parecer uno corrió y más adelante lo ultimaron sobre un
callejón, despedazándole la cabeza. Las fotos son terroríficas: ahí yace el
Angie, y una anciana recostada sobre una cama llena de ropa, donde al parecer
ya descansaban. Y junto a ellos el fiel guardián ensangrentado también.
Nadie quiere comentar nada.
Nadie sabe nada, aunque lo sepan todo. Lamentan la muerte de la señora quien “sin
deberla ni temerla”, murió de esa manera. ¡Qué feo es sentir este miedo y esta
inseguridad que acampa cerca de tu casa!
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