miércoles, 30 de marzo de 2016

Columna Bajo Fuego. Cohabitar con el crimen. Por José Antonio Rivera Rosales

Bajo Fuego

·        Cohabitar con el crimen

José Antonio Rivera Rosales

José Antonio Rivera. Periodista.
Como en sus mejores tiempos, el puerto de Acapulco rebosa con una ocupación de turismo nacional superior al 90 por ciento.
   Este innegable logro ha generado algarabía en el sector oficial, desde el alcalde hasta el gobernador, pasando por el jefe de la Policía Federal, quienes con mexicana alegría se han dedicado a festinar el hecho, al extremo de considerar que las condiciones en este balneario son de completa tranquilidad… para el turismo.
   No obstante, la ceñuda realidad insiste en desmentirlos: los homicidios se dispararon como en la peor temporada de 2011, cuando la Costera Miguel Alemán lucía desierta desde las ocho o nueve de la noche debido a la violencia ejercida por los grupos criminales que se disputaban la plaza a sangre y fuego.
   En la primera semana de temporada vacacional en este puerto se produjeron de 36 a 38 asesinatos, según diferentes recuentos, pese a que más de cuatro mil 500 efectivos de los tres órdenes de gobierno mantienen un dispositivo de vigilancia impresionante -apoyado en vehículos artillados y patrullaje aéreo-, pero que sirve de muy poco para frenar o inhibir la violencia homicida.
   El colmo de esta problemática lo configuran las declaraciones del comisario de la Policía Federal, Enrique Galindo Ceballos, quien en tragicómicas declaraciones de prensa dijo que la dependencia a su cargo mide su eficacia por la ocupación hotelera, no por la incidencia delictiva.
   Una respuesta tajante provino de Adrián Wences Carrasco, el dirigente formal del Partido Movimiento Ciudadano, quien estimó que el comisionado Galindo “nos está diciendo que mientras haya turistas las muertes no importan”, actitud que refleja una postura de “frivolidad e indolencia”, definición personal a la que agregó los conceptos “inhumano, utilitarista y estremecedor”.
   Aunque no dejan de ser calificativos, esos términos apenas alcanzan para caracterizar la postura de un funcionario de alto nivel del gobierno de la república, de quien se espera una postura seria, preocupada y comprometida con la sociedad a la que juró servir y proteger.
   Por el contrario, el comisario Galindo se vio como un personaje de novela negra que se ríe de la desgracia de los guerrerenses que, como lo refirió Wences Carrasco, día a día enfrentan una realidad sangrienta.  
   Como anotábamos líneas arriba, en 2011 los ciudadanos porteños comenzaron a refugiarse en sus casas para escapar de una situación dramática en la que menudearon los descuartizados, decapitados, desollados en diferentes puntos de la ciudad, inclusive cercanos a la Costera, como consecuencia de una disputa entre dos grupos criminales: la autollamada “Barredora” y su “Comando del Diablo”, contra la estructura delincuencial conocida como Cartel Independiente de Acapulco (CIDA).
   En los hechos, se enfrentaban tropas del cártel de Joaquín El Chapo Guzmán contra efectivos del grupo de los Beltrán Leyva.
   La diferencia es que los homicidios y confrontaciones se producían entonces en la obscuridad de la noche y sólo por equivocación algunos choques llegaron a alterar la Costera Miguel Alemán, zona a la que se consideraba intocable aún por los criminales.
   En estos tiempos, por desgracia, los atentados se cometen a plena luz del día, en las narices de las Fuerzas Federales e inclusive en la franja de playa, donde los vándalos han cometido asesinatos frente a turistas nacionales o extranjeros.
   Son tres formaciones delincuenciales las que se disputan actualmente la plaza en este puerto de Acapulco: un grupo autodenominado Fuerzas Especiales Unidas por Acapulco (FEDA), los sobrevivientes de lo que queda del CIDA, y un tercer actor que en realidad siempre ha estado presente, aunque con bajo perfil: La Empresa, término con el que se identifican los remanentes de los Beltrán Leyva, ahora dirigidos por Clara Elena Laborín, la esposa del capo Héctor Beltrán Leyva.
   Ello, sin contar con las incursiones de pequeños grupos independientes que en el caló delincuencial son identificados como “chapulines”, que aprovechan las lagunas de los tres cárteles mayores para secuestrar, asaltar, extorsionar y asesinar.
   Este es el espectro delincuencial que supuestamente combate la estrategia anticrimen diseñada por el mando de la Novena Región Militar, general Alejandro Saavedra Hernández, que ha logrado algunas aprehensiones pero que, lamentablemente, parece estar ayuno de información relevante que le permita capturar a los principales liderazgos de las formaciones criminales, especialmente de las más violentas.
   Si el mando militar pudiera concretar la aprehensión de los líderes criminales más sanguinarios, que no pasan de ser unas cuatro o cinco personas, el índice de violencia bajaría entre el 60 y el 80 por ciento, lo que generaría una percepción de mayor seguridad para la ciudadanía y, por extensión, habría -ahora sí- un ambiente de mayor tranquilidad para todos, población local y turismo.
   Tal parece que en la cúpula gubernamental -mandos militares, gobierno del estado, gobierno municipal- existe algún proceso de desinformación generado en mandos intermedios de las corporaciones federales que, a querer o no, se benefician de esta guerra de bandas delincuenciales, obteniendo canonjías personales a expensas de la violencia homicida que mantiene en vilo a la sociedad.
   Aunque parezca irracional, a estas alturas se entiende el reclamo de algunos representantes del sector privado local que, con justa razón, demandan a los grupos criminales que se pongan de acuerdo para ver a quién le pagan la cuota de sus negocios.
   Tal parece que los comerciantes están dispuestos a pagar a una  banda delincuencial, pero jamás pagar los impuestos a la autoridad, que se mira impotente para generar condiciones de estabilidad.  
   Vistas así las cosas sólo queda preguntar: ¿Qué es lo que hace falta para detener esta oleada imparable de violencia?
  
   








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