martes, 24 de noviembre de 2015

Columna Política: Bajo Fuego. * Estrategia fallida. José Antonio Rivera Rosales

Bajo Fuego

·         Estrategia fallida

José Antonio Rivera Rosales


El autor.
En la versión que se hizo pública, unos dos mil agentes federales arribaron al puerto de Acapulco para poner en marcha el nuevo operativo de seguridad que, en teoría, garantizaría la integridad de la ciudadanía.
La Secretaría de la Defensa no lo ha informado, pero una versión consistente indica que arribaron al estado de Guerrero una cantidad similar de soldados que, adscritos al mando territorial, operarán en puntos conflictivos del estado de Guerrero.
Enviadas por el gobierno federal para expresar un mensaje inequívoco de que el gobernador Héctor Astudillo cuenta con un respaldo total de la Federación, el arribo de tropas frescas a Guerrero era un paso obligado para pacificar el territorio, abrumado como está por las múltiples bandas criminales que pululan sin control en las diferentes regiones.
Sin embargo, aunque el despliegue militar por las calles de Acapulco sugiere un control absoluto de la seguridad por parte del Ejército Mexicano, la verdad es que los crímenes siguen ocurriendo con la más absoluta impunidad, al extremo de que falta muy poco para que el número de víctimas alcance la cifra record de 800 muertes violentas cometidas tan solo en el puerto en lo que va del año. Con esa frecuencia, el saldo final de asesinatos sin duda superará los 900 al cierre del 2015.
Por otra parte, los crímenes han trascendido el área geográfica donde ocurrían con mayor frecuencia, esto es, la periferia porteña, y se han comenzado a presentar en el primer cuadro de la ciudad, donde comerciantes y trabajadores han sufrido la embestida criminal que exige una cuota a cambio de la vida. Son muchos los establecimientos víctimas de esta expoliación criminal.
Como respuesta, los gobiernos federal y estatal instalaron la Unidad Antisecuestro y  Extorsión de Guerrero que en teoría estará supervisada por Patricia Bugarín Gutiérrez, a quien se supone una persona experimentada en la materia, aunque en cargos anteriores ha presentado saldos deficientes. En el discurso oficial, esta Unidad Antisecuestro contará con el respaldo de un mil 500 policías federales que se encargarán de dar seguimiento a los casos de secuestro y extorsión que se presenten en Guerrero.
Pese a que cuenta con todo el respaldo presidencial, el caso es que esa nueva oficina, que forma parte de la estrategia contra el fenómeno extorsivo que cunde en Guerrero, difícilmente ofrecerá resultados.
 ¿Por qué decimos esto? Es muy sencillo: nadie que tenga un arma apuntándole a la cabeza -como en los hechos está la inmensa mayoría de los ciudadanos extorsionados- presentará una denuncia ante esa oficina.
Lo que el gobierno de Enrique Peña Nieto debe hacer, a la brevedad, es mandar una iniciativa prioritaria al Congreso de la Unión para que la extorsión se convierta en un delito perseguido de oficio, de modo que no deba mediar denuncia para que el aparato policial investigue la comisión de estos ilícitos, como actualmente sucede con el robo que se persigue de oficio en el Ministerio Público del Fuero Común.
De otro modo, toda esta nueva estrategia de seguridad, comandada por el mando territorial de las Fuerzas Armadas, sólo queda en buenos deseos.
   La militarización de Acapulco, aunque intimidante, sólo tiene valor disuasivo. La Policía Federal y la Gendarmería tampoco obtienen resultados efectivos porque están bajo vigilancia del sistema de espionaje con que cuentan las bandas criminales, los llamados halcones, de cuya estructura forman parte hasta los taxistas.
Va un ejemplo: una columna de la Gendarmería, que desarrolla patrullaje nocturno en las colonias más violentas de Acapulco, cerró su periplo sin haber encontrado nada anormal. Claro: si adelante o atrás era objeto de vigilancia de halcones que avisaban a la siguiente posta de maleantes por dónde se desplazaba el convoy de agentes de la ley, pues nunca van a encontrar delincuentes.
Para el efecto, las Fuerzas Federales -sea personal del Ejército, Armada de México, Policía Federal o Gendarmería- deben activar un sistema de contrainteligencia que permita nulificar el halconeo de la delincuencia. Acompañada de información de inteligencia, ese mecanismo podría lograr resultados sorprendentes en cuestión de días.
En el mismo contexto, el programa Escudo Acapulco, recién anunciado por el alcalde Evodio Velázquez, sólo dará resultados si se sanea a la Secretaría de Seguridad Pública, comenzando con su titular Francisco Sandoval Vázquez, cuyo perfil profesional es, por decirlo de manera elegante, muy deficiente -eso, sin mencionar algunos vínculos extraños que parece tener-.
Así las cosas, toda esa parafernalia armada en torno de las Fuerzas Federales, la Fuerza Estatal (ahora así le dicen a la Policía del Estado) y la Policía Municipal, sirven para nada si actúan en el contexto de lo aquí expuesto.
Por más que vengan otros miles de efectivos de las Fuerzas Federales, poco o nada se va a lograr en aras de la pacificación del estado de Guerrero, si no hay un eficiente servicio de inteligencia que permita establecer las conexiones de las bandas criminales que tanto daño han hecho a la población del estado.
En tanto, las cuatro bandas criminales que se disputan Acapulco siguen causando terror entre la población porteña, mientras las múltiples estructuras delincuenciales que tienen asiento en el interior del estado siguen secuestrando, expoliando y asesinando a la parte productiva de la población, causando luto en muchas, muchísimas familias.

Decíamos en una entrega anterior que Héctor Astudillo y Evodio Velázquez enfrentan un reto formidable en el intento de llevar seguridad a las familias. Pero al final de cuentas, el concepto de un “reto” sigue siendo una definición benigna ante lo que se avecina en 2016. Pero de eso hablaremos en una próxima entrega.

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