Médula
·
La
sociedad en medio del fuego
Por Jesús Lépez Ochoa
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Jesús Lépez Ochoa. Periodista. |
Parece un solo caso pero la
muerte de una vendedora de masa en la Central de Abasto de Acapulco víctima de
las balas que dos grupos criminales antagónicos se disparaban entre sí, es
muestra de una sociedad que vive en medio del fuego y de que esto puede pasar
en cualquier lugar, a cualquier hora y a cualquier persona.
Tanto el gobernador Héctor
Astudillo y el alcalde Evodio Velázquez Aguirre dicen que tratan de dar su
mejor esfuerzo por hallar una solución a este violento flagelo y que el
gobierno federal ha dado un apoyo sin precedente a Guerrero y a Acapulco, pero
la estrategia no ha funcionado, o sus resultados han sido mínimos ante un
problema que crece en los hechos y disminuye sólo en el discurso oficial.
Un par de días antes de
concluir el 2015, el fiscal Xavier Olea Peláez descubrió el hilo negro y
atribuyó la ola de violencia a la disputa entre grupos criminales.
La causa de la violencia ya se
conoce desde hace muchos años. Lo relevante sería que diera una solución,
porque bueno sería que quienes quieren matarse los unos a los otros se citaran
en despoblado en el cerro de El Veladero y allá se dieran hasta con tanques de
guerra si así lo desean.
Pero no es así. Lo hacen en
cualquier lugar, a cualquier hora y frente a cualquier persona sin importar que
caigan inocentes.
A diez días apenas de haber
iniciado el 2016, hay por lo menos nueve víctimas mortales de las que puede
presumirse que no tenían nada que ver con la disputa. Siete empleados de
tortillerías acribillados y un chofer de autobús urbano calcinado
presumiblemente por cuotas no pagadas por sus patrones, y una mujer en la
Central de Abasto, sin contar que hay otro chofer de autobús y dos mujeres más
heridas de bala.
¿Quién tendrá más bajas en
esta guerra? ¿Los “grupos antagónicos”? ¿El Estado? ¿La Sociedad? Cómo saberlo
cuando el discurso oficial es elogioso, optimista y tan ambiguo que se limita a
criminalizar a todos los caídos como parte de un todo, en una gigantesca
falacia de composición que escuchamos todos los días… ¡y hasta la llegamos a
creer!
Mientras tanto, gente que no
sabemos si es culpable o inocente cae todos los días en un estado en el que el
miedo se ha colocado por encima de la capacidad de indignación de la gente, y
de la respuesta del Estado a su principal deber: garantizar la seguridad de las
personas.
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